Carlos Crespo :: Pan

Al norte de la provincia de León, en el valle de Omaña, se sigue hoy en día haciendo el reparto del pan a diario pueblo a pueblo. Las furgonetas han sustituido a burros y mulas, las carreteras asfaltadas a caminos pedregosos y la forma de pago ha retomado los familiares céntimos o centavos para comodidad de más de uno.

Una cosa no ha cambiado, la manera de hacer el pan. La rapidez que nos marcamos en las ciudades para todo, aquí parece no tener demasiado sentido. Las 4 de la mañana es una buena hora para iniciar el primer amasado. El horno de leña no entiende de prisas y necesita su tiempo para tener las hogazas, barras y empanadas a gusto de los exigentes vecinos.

No sólo se reparte el pan. En los meses más duros del año en esta zona de montaña, cuando los pueblos quedan casi vacíos de vecinos, el panadero llega ha ser el único contacto con el resto del mundo. Aparece por la entrada del pueblo tocando la bocina y los lugareños se afanan en coger el monedero y salir a su encuentro. Entre saludos, comentarios y la "hogacina", se echan un rato agradecido que quizás no retomen hasta el próximo reparto.
No hay vecino que no sea atendido familiarmente por su nombre o por remota que quede su casa, siendo en ocasiones el único vecino de un pueblo, llegando incluso a tocar a la puerta si no sale a recibirlo. De este modo, se lleva casi el censo de una población cada vez más escasa y envejecida.

Labor, la del repartidor en estos lugares, que por mucho que se avance tecnológicamente, difícilmente dejará de hacerse, tanto el reparto de pan y otros víveres, como el trato y la cercanía entre las personas.

















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